Una de las cosas que me gustaba mucho del Basement de Londres era la música que escuchábamos allí. Siempre había jazz, funk, soul o reggae. A veces había un poco de salsa o un poco de hip hop y muy de vez en cuando alguien ponía drum & bass.
La música reflejaba lo que queríamos lograr con nuestro wing chun: técnica, control emocional, improvisación. Un Rasta grande quitaba
el casete cada vez que había una canción de rap con tacos o un cantante enfado.
Cuando llevaba poco tiempo, fui a poner un casete. Me
acuerdo que todo el mundo dejó de entrenar. Tuve que andar a la radio en
silencio con todos mirándome. Se veía que estaban pensando: “Dios, el chico
blanco va a poner música.” Puse un casete de funk africano y se relajaron
todos. Me acuerdo que dos o tres chicos pidieron una copia del casete. Fue el
primer momento que me sentí como miembro de la pandilla.
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